jueves, 13 de septiembre de 2012

SARA

CAPÍTULO 1

Sara caminaba entre la multitud con paso ligero. Vestía una camisa blanca, pantalones negros y un pañuelo rosa atado al cuello como si fuera una bufanda. Su pelo ceniza, casi dorado, ondulado y que llegaba hasta la cintura, se movía de un lado a otro a cada paso que daba. Llevaba entre las manos una carpeta azul con una carta muy importante. Debía entregarla en correos antes de las 11. Faltaban cinco minutos. Cruzó el paso de cebra en rojo, con el peligro de ser arrollada por algún coche. Pero es que tenía mucha prisa. Tenía que entregar aquella carta que la conduciría a la felicidad o al desastre. Su amiga Marta le había repetido mil y una veces que no lo hiciera, que no se podía jugar con el destino de esa manera, pero Sara era demasiado cabezota para dejar escapar la oportunidad de saber su futuro. Dos minutos. No iba a llegar. Echó a correr por la Avenida del Pinto Pinto. Allí estaba, por fin, la oficina de correos: al final de la calle resaltaba un cartel amarillo con letras en azul que ponía Correos. Un minuto y medio. Intentó correr más rápido pero sus piernas no daban para más. De repente, dentro de su bolso de empezó a sonar la canción de Someday. Alguien la estaba llamando. Qué inoportuna es la gente, pensó. Abrió su bolso para buscar su móvil sin dejar de correr. Rebuscaba entre sus cosas sin encontrarlo. Barra de labios, espejo, papeles, bolígrafos, la cartera, las llaves, una colonia, el metrobus… todo menos el móvil, que debía estar debajo del todo. Abrió por completo el bolso con brusquedad y casi metió la cabeza en él. Maldito móvil… además la música seguía sonando y eso la estresaba mucho.  De pronto notó una mano que la agarraba del brazo y tiraba de ella hacia atrás. Sara se volvió hacia atrás rápidamente, con una mezcla de enfado y sorpresa.
-¡Ey! Ten cuidado, ¿no ves que están pasando muchos coches y que te pueden atropellar?
Sara estaba confundidísima. De repente un chico alto, rubio y de ojos de color miel la acababa de salvar la vida, y ella solo quería irse de allí para entregar la carta aunque la estaba cogiendo del brazo el chico más guapo que había visto en su vida. Se quedó en blanco, sin saber qué decir.
-Eh, esto… gracias… yo… yo… gracias. – dijo muy bajito. Bajó la mirada disimuladamente y su flequillo dorado la cubrió los ojos.
-De nada, es que veía que ibas a cruzar sin mirar, me he asustado y he corrido hacia a ti para pararte.
-Ya… estaba despistada… lo… lo siento. Gracias por salvarme. – sonrió tímidamente. – Bueno tengo que irme. Ya nos veremos.
-Espera, todavía no cruces, que sigue en rojo. – la advirtió. – Me llamo Javier, ¿y tú?
-Ah, yo me llamo Sara, encantada. – se presentó. La conversación empezaba a fluir. - ¿Cuántos años tienes?
- Diecisiete ¿y tú?

-Los mismos – dijo con una pequeña sonrisa. Consultó su reloj. Las once y un minuto. Joder, había perdido la oportunidad de su vida, había perdido la oportunidad de cumplir esa promesa que tanto tiempo llevaba queriendo cumplir. Todo por culpa de su hermana pequeña y un estúpido semáforo. Bajo la cabeza, apenada. Javier lo notó.
- ¿Qué te ocurre? – le preguntó amablemente. Le levantó la cabeza cogiéndola con su mano derecha por la barbilla y la miró dulcemente con sus profundos ojos azules. La observó durante unos instantes. Sus ojos de color miel, cálidos como si se tratasen de los rayos del Sol, los adornaban sus largas pestañas. Su piel blanquísima, como si fuera cera. Y su flequillo recto de cortinilla le llegaba justo por la altura de las cejas. Y una nariz perfecta y pequeña. Era bonita, sí.
- No es nada… - balbuceó apartándose ligeramente. Ella también se había quedado embobada mirándole. Se había olvidado del lugar y del tiempo perdida sin vuelta en aquellos fríos ojos azules. Eran un mar de soledad y distancia, su mirada estaba perdida. Pero eran hermosos, mucho. Su pelo negro como el carbón lo llevaba bastante corto, y peinado en punta. Y su cuerpo atlético. Le sacaba cabeza y media a Sara. – Tengo que irme. – Si fuera por ella se quedaría allí, con él, sin moverse, toda una vida al lado de ese chico maravilloso, guapísimo y perfecto.
- Si quieres puedo acompañarte adonde vayas. No tengo nada que hacer- Javier la miró con complicidad y acto seguido la guiño un ojo.
- Ah pues iba a  entregar una carta en Correos, si quieres venir y acompañarme… - dijo mientras se revolvía suavemente el pelo.
- Vale -dijo echando a andar. - ¿A la oficina de de esa calle? – preguntó señalando al frente.
Sara asintió.
Echaron a andar hablando de temas como, qué bonita ciudad, y tú dónde vives, a qué te dedicas, dónde estudias...
Sara contestaba con lentitud a la preguntas porque estaba nerviosa. Es algo que le había pasado desde pequeña, que cuando conocía a alguien nuevo se ponía muy nerviosa, empezaba a hablar atropelladamente y le costaba mucho encontrar las respuesta adecuada a las preguntas que le hacían. Además no podía evitar sentirse mal. Estaba paseando por la calle con un chico que se había ofrecido a  acompañarla y ella... tenía novio. Sabía que no tenía por qué sentirse mal, porque al fin y al cabo, no estaba haciendo nada malo, pero ella tenía un sentimiento de culpabilidad inexplicable. La presión iba aumentando en su pecho, mientras que aparentaba no pasarle nada, respondiendo a las preguntas tontas que Javier le hacía.
Cada vez que pensaba que estaba que estaba con aquel chico que había conocido hacia tres minutos, pero que su corazón pertenecía a otro muy distinto, tenía ganas de echarse a llorar. Sus ojos enrojecían y miraba hacia abajo. <Parezco tonta,> pensó, <esta es una oportunidad de oro y la estoy desperdiciando.> Pero esque ella tenía una buena razón para sentirse así.

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