domingo, 23 de septiembre de 2012

PREJUICIOS

7 de mayo
Alicia y Susana estaban sentadas tranquilamente sobre la hierba alta y verde del parque de la Manzana.
-Entonces, ¿qué le vas a decir? - preguntó Susana. . No se puede salir con la suya, eso seguro...
No lo sé, tía. Pero me esta rallando. Anda, acompañame al chino a por unas chuches...
Entraron en la tienda. El paraíso de cualquier niño adicto al azúcar y a los sabores intensos. Susana paseó desinteresadamente la vista por el establecimiento Azúcar, azúcar, y mas azúcar... patatas, ganchitos, pica pica, chocolates... todo aquello le producía verdadera repulsión. Ella, una amante de la comida sana, la fruta fresca y la verdura al vapor, no podía ni ver toda esa.. comida. Sin embargo Alicia se sentía en la gloria. Amaba por encima de todas las cosas el azúcar, era una verdadera adicta. Se fundió los cinco euros que llevaba en golosinas, algodón de azúcar...
Salieron a la calle.
-Tía, estas tiendas no deberían existir. - objetó Susana. - Mira a todos esos niños pequeños obesos... pobrecitos ¿no? Tan pequeños y con un cuerpo así desde le inicio de sus vidas...
Alicia la fulminó con la mirada. Miró hacia abajo juzgando sus caderas, y los michelines que le sobraban. Había engordado. Desde la última vez que se pesó, como cuatro kilos. - Y no, no me mires así, sabes perfectamente que debes adelgazar, te lo vengo diciendo desde hace unos meses...
- Por Dios, cállate ya, que me da igual estar así ¿sabes? No necesito una guardiana, gracias.
En el fondo Alicia estaba muy preocupada por su físico, pero no quería contárselo a nadie, ni siquiera a una de sus mejores amigas, por si la gente se enteraba de que le importaba demasiado, y empezaban a meterse con ella por eso. Porque ella no era bien recibida en muchos sitios y cualquier excusa valía para agredirla.
- Pues no debería darte igual, porque tú estarías mucho más guapa y sana si fueras delgada. - dijo con aire sabiondo
Alicia frunció el ceño. Aquello había dolido. Bastante. Estaba realmente obsesionada con su cuerpo, era el tema central de sus pensamientos... Cada comentario de sus amigas al respecto de ella se clavaba como un cuchillo en su moral. Pero es lo que había. Y había que aguantarse.
-Que sí, que vale... que me da igual...
-Pues no debería. Yo que tú me preocuparía más por mi físico.
Aquello era para estamparla contra la pared, pensó Alicia...
- Joder, que me da igual, ¿sabes? ME DA IGUAL, dejame en paz.
-Tía pero si yo lo hago por ti...
-Estás obsesionada.
-No... estoy preocupada.
-Y pesada. - añadió Susana.
-Pero, ¿de verdad que te da igual todo esto? ¿Te da igual como te vea la gente? No puedo creerlo.
Y hacía bien en no creerlo, porque Alicia sufría lo inimaginable con su aspecto. Pero no podía decírselo a nadie. No. No podía arriesgarse a volver a sufrir por su cuerpo. No sería capaz de aguantar las constantes burlas de sus compañeros.No otra vez. 
Decididamente, lo mejo sería seguir finjiendo.
-Me da igual.



Un año atrás...

Andaba cabizbaja por la calle que recorría todo el barrio, desde su casa hasta el colegio. Eran las ocho menos veinte de la mañana, y las clases comenzaban a las ocho. Pero ella siempre se adelantaba bastante tiempo para que nadie la viera pasar. Se moría de vergüenza con solo pensar en cruzarse con alguno de sus acosadores, que no eran pocos. Faltaban veinte metros, torcer la esquina, y por fin estaría a salvo en el baño. Un día más huyendo del mundo, de la gente, soportando gritos, burlas, vaciles de sus compañeros… un día más de mi triste vida, pensaba. Torció en la esquina y alzó la vista. Problemas. Un grupito de chicos de unos catorce años estaba sentado en un coche en la puerta del instituto. Les había visto alguna vez por el pasillo, siempre en pandilla, rodeados de chicas y metiéndose con los débiles… Y ella tenía que pasar por ahí si quería entrar a su guarida, el baño. Se acercaba al lugar en el que las fieras charlaban, aunque para ella la conversación más o menos civilizada que mantenían se asemejaba a los gritos de los leones. En seguida oyeron sus pasos y los cinco que eran se giraron para ver quién iba tan temprano a clase. Se oyeron cuchicheos entre ellos, pero no precisamente por si iba guapa, estaba buena o tenía buen culo, no. Nunca la gente hablaba bien de ella. Jamás ningún chico le había dicho que era guapa, ni las pocas amigas que tenía fuera del instituto le decían que bien vas hoy, ni mucho menos había salido con un tío. Eso era como una meta inalcanzable para ella. Pasó por delante de ellos con la cabeza gacha y abrió la puerta de hierro que cerraba el colegio. Pero cuando fue a entrar, una mano le cortó el paso y tiró de ella hacia atrás, hasta el punto de hacerla tambalearse, perder el equilibrio y caer al suelo. Sí, se cayó al suelo. De culo. Uno de los chicos que había presenciado la escena se acercó a ella y le preguntó:
-¿Estás bien culo gordo? ¿Te has hecho daño? Bueno, con ese pedazo de culo que tienes no creo, más bien te habrá hecho de almohadilla ¿no?
Unas risotadas altas y enérgicas se elevaron durante unos segundos 
por encima de cualquier ruido. Era una risa cruel, como en las 
películas.
Alicia intentó levantarse del asfalto sin conseguirlo, sin fuerzas 
para mirara los ojos a aquellas personas crueles que la hacían 
sentirse una mierda. Su dignidad pesaba demasiado, pero ahora 
estaba rota, en añicos que se le clavaban en el interior y a cada paso 
que daba le hacían una pequeña herida más, que escocía mucho.
Los chicos siguieron con sus bullas y risas altas, dando fuertes pisotones en el suelo de piedra. La chica seguía en en el suelo intentando levantarse sin éxito, su mochila pesaba demasiado, decía para sí misma como excusa...
Y se fueron de allí, dejándola tirada sin fuerzas ni ánimo para levantarse.

7 de mayo
-Hola.
-Hola Ali. - saludó Carlota sin entusiasmo.
-¿Qué tal? ¿Qué has hecho hoy? - preguntó Alicia intentando resultar interesante.
- Pues nada, lo de todos los días... ir al instituto, soportar a gente estúpida que dice y hace cosas aburridas, estudiar, acarrear libros de un lado a otro, ayudar a mamá, ir a piano... ya sabes, cero novedades, ¿y tú?
-Pues, nada... He estado toda la mañana en el instituto con Susana, hablando de cosas, y luego por la tarde hemos quedado en la Manzana.
Silencio. Un profundo e incómodo silencio se hace a cada lado de la línea telefónica.
-Ah. - consigue por fin articular Carlota.
- Lo siento, es lo que hay. Es mi única salida y te recuerdo que aunque tú no la soportes para mi ha sido la persona más importante de diario durante todos estos años. Lo siento... además, ¿qué más te da? - se justifica Alicia
- Me da, claro que me da. Y yo te recuerdo que es una idiota que ha perdido todo lo que tenía porque no sabe mantener amistades y hace daño a la gente. No acabaréis bien, Ali, te estoy advirtiendo, a tiempo, estas a tiempo de cambiar las cosas.
- Carlota... - balbucea Alicia - déjalo ya...
- No, no lo puedo dejar, ¡sabes que no! Me saca de quicio y lo sabes. Deja de hablar con ella. Te hará daño. Mucho. Estás a tiem...

Alicia cuelga con un solo movimiento de su dedo pulgar y deja el fijo sobre la mesa con un golpe. Estúpidas. Todas sus amigas son así, intenando controlar su vida, lo que hace con quién se relaciona, ¡qué come! Es desesperante. Pero es lo mejor que tiene y lo único que puede pedir. Y no se arrepiente de haberlas conocido.


Hace un año…

Los chicos giran en la esquina de la calle de más arriba, haciendo ruido, gritando, pegándose unos a otros. Y Alicia sigue ahí, en el suelo, bloqueada. Ella sabe que podría levantarse perfectamente y correr a esconderse en el baño, a salvo de todos, a salvo de cualquier grupo de chicas que la juzgue por estar sola, por no estar rodeada de otras tantas pavas pasándose cigarrillos. Es el único lugar en el que solo las baldosas o las paredes podrán mirarla con desprecio. Allí está tranquila. Y sin embargo, sigue sentada en la calle, con el peligro de que pase cualquiera y la vea. Está bloqueada, con la moral por los suelos, y pesa, mucho.
Llora. Un mar de lágrimas inunda sus ojos, y descienden lentamente por sus pómulos con impotencia. Llora por ser así de desgraciada. Llora porque no hay nadie que la valore y mucho menos que la quiera. Llora por no ser escuchada. Llora porque está encerrada en una cárcel. En la cárcel de sí misma. Llora porque no es capaz de mostrarse a los demás con naturalidad. Llora por ser despreciada injustamente. Llora por impotencia, porque ese tipo de gente se meta con ella y ni se paren a  pensar en sus sentimientos. Llora porque esa gente cruel sea libre y feliz y sin embargo ella, que no ha hecho nada a nadie, tenga que estar ahí, sentada en medio de la calle, sintiéndose tan desgraciada. La verdad es que da pena, ofrece una imagen realmente digna de pena.
La sociedad es injusta, mucho. Es la ley del más fuerte, y el que se queda atrás y solo se jode. Así de simple.








Oye unos pasos a su espalda y haciendo un gran esfuerzo se incorpora, fingiendo que nada ha pasado. Pero antes de que eche a correr hacia el baño, una mano la agarra del brazo. Otra. Pero esta vez no es para tirarla al suelo y torturar sus sentimientos. Es la mano amiga de un chica de 3B.

-Hola. ¿Estás bien? – una chica con el pelo muy rizado y la cara llena de pecas la saluda con mueca interrogante. – Es que te he visto en el suelo, y me preguntaba cómo habías llegado hasta ahí. – dice con gesto preocupado.
- Ah, sí, es que me he caído al suelo, que estoy un poco tonta… - intenta reír pero se le saltan las lágrimas. – Estoy bien, gracias.- susurra con voz ronca. Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por ella o sus sentimientos. Alicia la mira a los ojos. Son muy bonitos y reflejan alegría y despreocupación.
-¿Estás segura de que estás bien? – pregunta Susana no demasiado convencida.
- Que sí, que sí, estoy perfecta, gracias. – Alicia intenta sonreír más convincentemente, hasta llegar a enseñar sus perfectos dientes blancos. – simplemente me he tropezado y hecho daño. – miente.
- ¿Sí? ¿Dónde? Será mejor que vayamos a enfermería, la doctora sabrá qué hacer…
-No, en serio, que estoy bien – Alicia se retiró con más brusquedad de la que habría querido. Se dio cuenta de que a Susana le había molestado ese gesto y compuso un débil `gracias’ que intentó sonar dulce antes de coger su mochila azul de flores y irse corriendo de allí.



Entró corriendo en el baño del colegio y cerró la puerta con pestillo. ¡Por fin sola! Eran las ocho casi menos diez. Tenía unos siete minutos de descanso vital. Se dejó caer junto a la puerta y enterró la cabeza entre las manos. Estaban frías aunque en la calle hacía calor. Es el vacío de amor lo que hace que las personas estén frías, recitaba su madre. Estiró las piernas que estaban llenas de arañazos y magulladuras y sacó un potingue blanco que su madre siempre desde pequeñita se había empeñado que llevase en su mochila por si tenía cualquier accidente, para aliviarse el dolor. Se lo untó en las manos con parsimonia y después se lo pasó por las piernas

jueves, 13 de septiembre de 2012

SARA

CAPÍTULO 1

Sara caminaba entre la multitud con paso ligero. Vestía una camisa blanca, pantalones negros y un pañuelo rosa atado al cuello como si fuera una bufanda. Su pelo ceniza, casi dorado, ondulado y que llegaba hasta la cintura, se movía de un lado a otro a cada paso que daba. Llevaba entre las manos una carpeta azul con una carta muy importante. Debía entregarla en correos antes de las 11. Faltaban cinco minutos. Cruzó el paso de cebra en rojo, con el peligro de ser arrollada por algún coche. Pero es que tenía mucha prisa. Tenía que entregar aquella carta que la conduciría a la felicidad o al desastre. Su amiga Marta le había repetido mil y una veces que no lo hiciera, que no se podía jugar con el destino de esa manera, pero Sara era demasiado cabezota para dejar escapar la oportunidad de saber su futuro. Dos minutos. No iba a llegar. Echó a correr por la Avenida del Pinto Pinto. Allí estaba, por fin, la oficina de correos: al final de la calle resaltaba un cartel amarillo con letras en azul que ponía Correos. Un minuto y medio. Intentó correr más rápido pero sus piernas no daban para más. De repente, dentro de su bolso de empezó a sonar la canción de Someday. Alguien la estaba llamando. Qué inoportuna es la gente, pensó. Abrió su bolso para buscar su móvil sin dejar de correr. Rebuscaba entre sus cosas sin encontrarlo. Barra de labios, espejo, papeles, bolígrafos, la cartera, las llaves, una colonia, el metrobus… todo menos el móvil, que debía estar debajo del todo. Abrió por completo el bolso con brusquedad y casi metió la cabeza en él. Maldito móvil… además la música seguía sonando y eso la estresaba mucho.  De pronto notó una mano que la agarraba del brazo y tiraba de ella hacia atrás. Sara se volvió hacia atrás rápidamente, con una mezcla de enfado y sorpresa.
-¡Ey! Ten cuidado, ¿no ves que están pasando muchos coches y que te pueden atropellar?
Sara estaba confundidísima. De repente un chico alto, rubio y de ojos de color miel la acababa de salvar la vida, y ella solo quería irse de allí para entregar la carta aunque la estaba cogiendo del brazo el chico más guapo que había visto en su vida. Se quedó en blanco, sin saber qué decir.
-Eh, esto… gracias… yo… yo… gracias. – dijo muy bajito. Bajó la mirada disimuladamente y su flequillo dorado la cubrió los ojos.
-De nada, es que veía que ibas a cruzar sin mirar, me he asustado y he corrido hacia a ti para pararte.
-Ya… estaba despistada… lo… lo siento. Gracias por salvarme. – sonrió tímidamente. – Bueno tengo que irme. Ya nos veremos.
-Espera, todavía no cruces, que sigue en rojo. – la advirtió. – Me llamo Javier, ¿y tú?
-Ah, yo me llamo Sara, encantada. – se presentó. La conversación empezaba a fluir. - ¿Cuántos años tienes?
- Diecisiete ¿y tú?

-Los mismos – dijo con una pequeña sonrisa. Consultó su reloj. Las once y un minuto. Joder, había perdido la oportunidad de su vida, había perdido la oportunidad de cumplir esa promesa que tanto tiempo llevaba queriendo cumplir. Todo por culpa de su hermana pequeña y un estúpido semáforo. Bajo la cabeza, apenada. Javier lo notó.
- ¿Qué te ocurre? – le preguntó amablemente. Le levantó la cabeza cogiéndola con su mano derecha por la barbilla y la miró dulcemente con sus profundos ojos azules. La observó durante unos instantes. Sus ojos de color miel, cálidos como si se tratasen de los rayos del Sol, los adornaban sus largas pestañas. Su piel blanquísima, como si fuera cera. Y su flequillo recto de cortinilla le llegaba justo por la altura de las cejas. Y una nariz perfecta y pequeña. Era bonita, sí.
- No es nada… - balbuceó apartándose ligeramente. Ella también se había quedado embobada mirándole. Se había olvidado del lugar y del tiempo perdida sin vuelta en aquellos fríos ojos azules. Eran un mar de soledad y distancia, su mirada estaba perdida. Pero eran hermosos, mucho. Su pelo negro como el carbón lo llevaba bastante corto, y peinado en punta. Y su cuerpo atlético. Le sacaba cabeza y media a Sara. – Tengo que irme. – Si fuera por ella se quedaría allí, con él, sin moverse, toda una vida al lado de ese chico maravilloso, guapísimo y perfecto.
- Si quieres puedo acompañarte adonde vayas. No tengo nada que hacer- Javier la miró con complicidad y acto seguido la guiño un ojo.
- Ah pues iba a  entregar una carta en Correos, si quieres venir y acompañarme… - dijo mientras se revolvía suavemente el pelo.
- Vale -dijo echando a andar. - ¿A la oficina de de esa calle? – preguntó señalando al frente.
Sara asintió.
Echaron a andar hablando de temas como, qué bonita ciudad, y tú dónde vives, a qué te dedicas, dónde estudias...
Sara contestaba con lentitud a la preguntas porque estaba nerviosa. Es algo que le había pasado desde pequeña, que cuando conocía a alguien nuevo se ponía muy nerviosa, empezaba a hablar atropelladamente y le costaba mucho encontrar las respuesta adecuada a las preguntas que le hacían. Además no podía evitar sentirse mal. Estaba paseando por la calle con un chico que se había ofrecido a  acompañarla y ella... tenía novio. Sabía que no tenía por qué sentirse mal, porque al fin y al cabo, no estaba haciendo nada malo, pero ella tenía un sentimiento de culpabilidad inexplicable. La presión iba aumentando en su pecho, mientras que aparentaba no pasarle nada, respondiendo a las preguntas tontas que Javier le hacía.
Cada vez que pensaba que estaba que estaba con aquel chico que había conocido hacia tres minutos, pero que su corazón pertenecía a otro muy distinto, tenía ganas de echarse a llorar. Sus ojos enrojecían y miraba hacia abajo. <Parezco tonta,> pensó, <esta es una oportunidad de oro y la estoy desperdiciando.> Pero esque ella tenía una buena razón para sentirse así.

sábado, 14 de abril de 2012

Barlandia

PRIMER CAPÍTULO


MIRIAM
Tomo aire, y lo soltó, así una y otra vez. No podía, no se podía creer que el chico de sus sueños la hubiera rechazado de tal manera. Eduardo era el amor platónico de Miriam, una chica irlandesa de 15 años, de pelo negro azabache rizado, ojos verdes esmeralda y piel pálida. Eran amigos desde pequeños y ahora pertenecían al mismo grupo de amigos, aunque su relación no se había estropeado para nada en los últimos 13 años. Miriam vivía con emoción e intensidad cada día a su lado, era como un sueño para ella. A lo largo de su vida siempre la había encandilado su sonrisa y su forma de mirar. Según Miriam, sus ojos azules perfectos y su pelo rojo era lo más bello de este mundo. Miriam tenía muy claro que aquella belleza y perfección no eran de este planeta, que debía de ser algún tipo de hada que había tomado forma de hombre. Era, definitivamente, perfecto.
Pero ella, a pesar de su gran amistad, nunca se había atrevido a declararse a Eduardo, nunca supo porque. Siempre habían mantenido una extraña relación de amistad. Eduardo era un tanto particular, tanto por su aspecto físico como por su personalidad y su forma de pensar. Estaba siempre pensando cosas muy profundas, le gustaba salir al bosque de noche a contar las estrellas, hablaba de cosas extrañas, era feliz con ver a un pájaro libre volando o una hierba crecer. Inmensamente feliz. Por el contrario, nunca había salido con ninguna chica, y no eran pocas las que se lo proponían.

Miriam estaba llorando desconsolada, y pensando en qué le diría mañana cuando de nuevo le volviera a ver en el colegio, ya que era  su compañero de mesa. Se tumbó en su cama, se acurrucó entre sus suaves sábanas, y sintió como estas la envolvían, como asegurándole que nada malo pudiera pasarle. Cerró los ojos y cayó profundamente dormida, con la ropa puesta incluso, sin haber hecho los deberes; sentía extrañamente que había perdido irreversiblemente algo muy grande, una parte de ella misma.
A la mañana siguiente se despertó tarde, se vistió una camiseta de rayas azules y unos pantalones ajustados, se calzó unas botas marrones y se puso su nueva cazadora. Recogió vagamente sus libros, y tras desayunar apenas un yogur, se encaminó al colegio. Odiaba tener que ir justo aquel día. No tenía ni idea de qué decir cuando viera a Eduardo. Dudaba entre si debía hablarle o por el contrario ignorarle, hasta que se dignase a hablarla él. Tampoco estaba segura de qué actitud debía tomar: no sabía si ofrecerle una gran sonrisa, como había hecho hasta ahora todos los días de su vida o si debía ser seca y apenas mirarle a aquellos increíbles ojos que tan atrayentes le resultaban.
Miriam estaba muy extrañada de que la hubiera rechazado, porque ella estaba convencidísima de sí misma, había salido con los chicos que había querido y no se esperaba una negativa por parte de Eduardo. Miriam, como Eduardo, era sencillamente preciosa, sus ojos marrones eran  de color de la miel, su pelo negro brillaba y sus rizos infinitos no dejaban rastro de duda de que aquella chica era perfecta.

Su cabeza estaba hecha un lío, sintió una gran impotencia y ganas de llorar. Mientras que pensaba todo esto, ya había llegado al colegio. Entró por la puerta de la clase, y se dirigió hacia su mesa, saludó secamente a sus amigos y se percató de que Eduardo no estaba.
Una señora mayor, de pelo blanco entró en el aula y mandó callar a todos los alumnos.
Miriam saludó a Airén , que se sentaba justo delante de ella, y no pudo reprimir las ganas de contarle con detalle todo lo que había sucedido.
-Oye, ¿has visto a Edu? – preguntó Miriam.
-Mmm, pues la verdad es que no, qué raro ¿no? Él siempre llega puntual. Además hemos quedado esta tarde todos para ir a dar una vuelta al parque… Supongo que esta tarde vendrá.
-Ah, bueno, yo no sé si iré, es que ya sabes, ayer… bueno eso, que me dijo que no. – dijo pensativa.
-Ya… bueno tranquila verás que todo se arregla, hablaremos con él y volveréis a hablaros.
-No estoy muy segura, no sé si me apetece verle, y sobre todo, me da muchísima verg…
Una voz interrumpió su conversación:
-A ver, aquellas dos señoritas que no han parado de cuchichear desde que he entrado por la puerta, ¿pueden parar de hablar? – inquirió la profesora- Pónganse en pie, por favor.
Miriam y Airén se levantaron preocupadas, mirándose desesperadamente.
-¿Se puede saber que hacen ustedes charlando tan tranquilamente mientras estoy dando mi clase? ¡Váyanse fuera un rato y reflexionen!
Miriam se quedó paralizada pensando en las malas consecuencias de la expulsión de aquel mal bicho de mujer. Intentaba pensar a toda velocidad alguna excusa convincente para no salir de la clase, pero se había quedado totalmente en blanco.
-¿Es qué no me ha oído señorita Gallego? ¡Salga por esa puerta ya!
Asintió cabizbaja y salió de la clase dando un portazo.



SEGUNDO CAPÍTULO


SUEÑOS IMPOSIBLES

La tarde anterior, por el chat del messenger…
·Edu: Miriam… no creo que sea lo mejor, no quisiera romper una relación de amistad de tantos años…
·Miriam: Pero ¿por qué no? Nos conocemos desde hace muchísimo… Nos complementamos perfectamente y nunca nos hemos enfadado, yo te quiero como amigo, pero no puedo últimamente pensar en ti como algo más…
·Edu: Tu y yo nunca podremos estar juntos.
·Miriam: ¿Por qué? Sabes que te quiero muchísimo, ¿por qué no empezar una relación de pareja?
·Edu: Lo siento Miriam, es… algo que no puedo contarte.
·Miriam: ¿Me estás insinuando que todavía queda algún secreto entre nosotros?¡ Tú lo sabes absolutamente todo sobre mi! ¡No es justo!
·Edu: Yo no insinúo nada, yo cuando quiero decir algo lo digo, deberías saberlo. Adiós Miriam.
·Miriam: ¡Espera! No pued…
.EDU MAYO SE HA DESCONECTADO DEL CHAT.
Miriam terminó de leerle la conversación a su amiga con un suspiro, que había copiado y pegado en su móvil, para conservarla y no perder ningún detalle de las palabras de aquel chico que estaba tan extraño últimamente.
-Mira, Miri, lo mejor que puedes hacer es venir esta tarde a la quedada y hablarlo a solas con él. -Aseguró Airén.
-Está bien, iré, si insistes…
-De acuerdo, a las seis en el parque del limón,¿ está bien?
-Claro…- prometió sin mucho ánimo.
Justo en ese momento: RIIIING sonó el timbre de la comida.
Miriam salió corriendo hacia su casa sin ni siquiera despedirse de sus amigos. No quería ver a nadie, ni hablar con nadie, solo quería comprobar que las cosas con Eduardo seguían igual…
Llegó a su casa corriendo, apenas sin aliento, deseosa de conectarse al MSN para ver si tenía algún mensaje de Eduardo.
Tecleó con nerviosismo su e-mail y su contraseña, y observó embobada cómo los muñequitos azul y verde giraban sobre sí mismos…
Por fin se abrió su cuenta y comprobó decepcionada que no tenía ninguna novedad.
Se desplomó sobre su asiento y lloró desconsolada. ¿Por qué Eduardo era así con ella? Nunca habían dejado de hablar. Ni un solo día desde que se conocían. Si no podían verse en persona, Eduardo la llamaba siempre, cuidaba de ella, la protegía… siempre estaba allí, con ella, a su lado. De repente, pensando en esto, Miriam cayó en la cuenta de que Eduardo siempre había evitado el contacto físico con ella y con cualquiera. No le gustaba que le abrazase, ni que se cercara demasiado a él. Todo aquello era un poco surrealista, después de tantos años de amistad entre chico y chica, ¿no había ocurrido nada entre ellos? ¿Y cuántas veces se habían abrazado? Apenas alguna vez en aquellos 13 años de amistad. Todo aquello era muy extraño… Algo no encajaba.
-Bah, serán imaginaciones mías… - pensó.
-¡Miri!- la llamó su madre- ¡Ven, baja, venga que la comida ya está lista!
 A Miriam lo que menos le apetecía en aquel momento era hablar con nadie, tampoco tenía ganas de comer… solo quería dormir, dormir y olvidarse de todo… deseaba que al dormir despertase de aquella pesadilla. Y eso fue lo que hizo, se tumbó en la cama, se tapó la cabeza con la almohada y cayó profundamente dormida, mientras que su madre la esperaba abajo en la cocina
Estaba en un gran bosque verde, rodeada de todo tipo de especies de plantas de colores, el suelo era de color azul celeste, las hojas de los gigantescos árboles eran enormes y aterciopeladas, todo cuanto la rodeaba tenía un aspecto sobrenatural… Miriam estaba   bastante perdida, porque no sabía qué hacía en aquel extraño lugar, ni cómo había llegado hasta allí…
De repente, miró al cielo color violáceo y vio como un espíritu de pelo castaño y ojos verdes  se acercaba a ella. Miriam no trató de escapar, simplemente, se quedó allí, aunque tenía miedo y a la vez curiosidad. Simplemente, se dejó llevar. Sintió la extraña sensación de que le faltaba parte de su alma, que no podía dominar sus actos. El espíritu se acercó cuidadosamente y le susurró al oído estas palabras:
``¿Tú no querías una vida mejor?¿Una vida sin reglas?¿ Vivir en un mundo en el que pudieras hacer lo que quisieras sin que nadie te juzgara? Una vida en la que no tomaran las decisiones por ti, sino que las tomaras tú, donde tú fueras la reina…. Te oí el otro día… lo deseaste en voz alta. ’’
``Pero, ¿quién eres tú?´´- preguntó Miriam asustada ante la idea de que hubiera un ser tan poderoso como para concederle tal deseo.
``Yo soy Artac, y, si tú me dejas, puedo concederte todos tus deseos. Tan solo, dime, ¿quieres vivir tu vida, como tú siempre la has deseado, o prefieres seguir atada al mundo de los mortales?´´
De repente Miriam vio todo cuanto siempre había querido a su disposición. Su vida de ensueño, con lo que había soñado todas las noches desde que tenía uso de razón.`` Sí, quiero – se sentenció.´´
-Miriam… despierta, cariño, que te has quedado dormida… - susurró su madre acariciándola. – Anda, baja ya a comer que se están quedando fríos los macarrones con bechamel.
-¿Mamá? ¿Qué ha pasado?¿Dónde está ese chico con el pelo de fuego y esos ojos que llevaban el mar en su interior? Que… ha.. ocurrid… - intentó hablar más pero no pudo; una parte de su mente no la dominaba del todo.
-Tesoro, estabas soñando, ¿estás bien?
-Sí, supongo que sí, solo habrá sido un sueño… - dijo un poco más despierta.
-Venga hija, baja ya – ordenó su madre levantándose de la cama y encaminándose al piso bajo.
-Ya voy. – dijo perezosamente Miriam mientras veía a su madre bajar por las escaleras.
`` ¿Qué me ha pasado? No estaba soñando… lo sentía tan real… ¿y quién era ese misterioso espíritu?’’
Le recordaba mucho a alguien, pero no conseguía recordar quién. Sabía que aquel extraño sueño significaba algo importante y… debía desvelarlo.
Después de comer Miriam hizo los deberes, bueno, lo intentó, porque no conseguía concentrarse pesando en su extraña alucinación de aquella mañana. Ese espíritu tenía un parecido a alguien muy cercano… se estaba rompiendo la cabeza pensando de quién se trataría, cuando sonó su alarma, que anunciaba que debía ponerse en marcha para ir al parque del limón, donde le esperaba Eduardo, o eso creía ella; porque cuando llegó allí comprobó decepcionada que estaban todos sus amigos pero faltaba él. Por una parte eso suponía un gran alivio, ya que no tendría que enfrentarse a un Eduardo que no sabía cómo iba a reaccionar, pero por otra parte estaba empezando a preocuparse: ¿por qué Eduardo no daba señales de vida? Siempre y en todo momento Eduardo había estado pendiente de ella, y viceversa. Era como su ángel de la guarda. Miriam no podía soportar no estar cerca de él, no saber de él en todo momento, se había convertido en una droga para ella.
Se acercó a sus amigos y se percató de que Sara estaba más seria de lo normal. Sara era una de sus mejores amigas, una chica pecosa, un poco gordita, con el pelo corto y castaño y los ojos azules. La saludó con un beso, como hacía siempre.
 Después se acercó a Ángela, otra de sus amigas y le preguntó que qué tal estaba, que hacía mucho que no hablaban. Ángela era la típica chica con estilo, que siempre sabía lo que tenía que decir y hacer y en qué momento, sabía tener a todo el mundo a su disposición y casi nunca se peleaba con sus amigas. Era la chica perfecta, y siempre había representado un modelo a seguir para Miriam. Pero últimamente estaban un poco más distanciadas de lo normal.
Estuvieron hablando un rato y al final la distancia que había habido entre ellas en los últimos días se disipó con un abrazo.
Ellas eran el grupo de las populares del colegio, ellas lideraban todo, conseguían todo lo que se proponían, manipulaban a la gente, salían con los chicos que querían, porque ninguno se les resistía. Hacían lo que querían y cuando querían. Eran las mejores, y se lo tenían muy creído. Por ello el rechazo de Eduardo había supuesto un duro golpe para Miriam, que no se lo esperaba.
Miriam, secretamente, siempre se había sentido diferente al resto de sus tres amigas, ya que,  aunque fuera popular como ellas, en su interior sentía cosas distintas a las de sus amigas. La gustaba salir descalza por aquellos bosques irlandeses, en las noches de verano, acompañada de Eduardo. Le gustaba oler el viento y dejarse llevar por él, fundirse con la naturaleza… pero ella no estaba dispuesta a dejar su puesto de popular y su alto status social solo por sus sueños y fantasías.
Asique Miriam siempre había vivido con ese deseo de ser ella misma en vez de la persona que aparentaba ser todos y cada uno de los días de su vida.
Mientras se encontraba sumida en estos profundos pensamientos, a la vez que caminaba de la mano de sus amigas sin prestar apenas atención a lo que decían, tuvo una idea: Esa noche la luna estaba completa, y Eduardo solía irse las noches de luna llena al bosque, no porque fuera un hombre lobo, sino porque le gustaba pasear por él a la blanca luz de la luna. Miriam tenía sus dudas todavía de si Eduardo era o no un hombre lobo, pero se lo había jurado y prometido tantas veces que Miriam, con todo lo que confiaba en él, le creía; sin embargo nunca la había dejado acompañarla a sus salidas nocturnas en noches como aquella.
-Bien – se dijo Miriam – ya que él no está para protegerme y no dejarme ir con él precisamente esta noche, iré al bosque para ver si le encuentro.


TERCER CAPITULO

ESCAPADA NOCTURNA
Se despidió de sus amigas lanzando un sonoro ¡Muack! al aire. Mientras caminaba a su casa revisaba los mensajes de su móvil, y se dio cuenta de que tenía un mensaje de un desconocido, que decía así: ``Tú no lo entiendes´´ A Miriam le extrañó un tanto aquel mensaje, y sobre todo, la asustó, ¿de quién podría tratarse? Y ¿qué significaba aquello? ¿Qué es lo que no entiendo? – se preguntaba. Sospechaba de Eduardo, pero no estaba segura. Decidió no borrarlo por si acaso.
Llegó a su casa y se preparó para su escapada nocturna. Le parecía raro que su madre no supiera nada de su expulsión, a lo mejor a la vieja gorda de la profesora se le había olvidado escribirla. Bueno, mejor para mí – pensó Miriam. Sacó de la maleta que tenía escondido debajo de la cama un amuleto que le había dado Eduardo cuando eran pequeños. Miriam recordaba lo que había pasado aquel día, hace tanto tiempo.
Eduardo y ella habían ido a jugar al bosque un tarde de Abril, y se habían puesto a jugar al escondite. Era el turno de esconderse del chico, y se escondió tan bien que Miriam no le encontró hasta al cabo de una hora. Estaba muy enfadada con él porque había desaparecido sin avisar y sobre todo muy preocupada. Así que se puso a llorar y él, para que parase, le entregó aquel amuleto con forma de árbol que iba atado a una cadena de plata, diciéndole: ``ten, por si algún día desaparezco y no me encuentras´´.
Miriam lo apretó fuertemente contra su corazón, realmente echaba de menos a aquel chico pelirrojo, y estaba dispuesta a encontrarle costase lo que costase. Se colgó el amuleto del cuello y se metió a la cama. No bajó siquiera a cenar. Esperó pacientemente que su madre terminara de cenar para que subiera a darle su beso de buenas noches. Cuando entró sigilosamente en su habitación, Miriam fingió estar dormida. Notó como los labios de su madre se posaban suavemente en su mejilla y le susurraban ``duerme, mi bien´´. Cerró despacio la puerta y se marchó a su habitación.
Se levantó de un salto de la cama  y se puso en marcha, no había un segundo que perder. Debía estar de vuelta en su casa antes de las 06.00. Cogió las sábanas de su cama y las ató unas a otras, consiguiendo una cuerda muy larga hecha de algodón. Ató un extremo de su cuerda casera a una pata de la cama, abrió la ventana y tiró la cuerda. Comprobó que llegaba casi al suelo. Miriam descendió lentamente por la cuerda hasta el suelo, y lo dejó así para escalar por ella cuando volviera.
Su casa tenía en la parte de atrás un bosque, el bosque que Eduardo visitaba en las noches de luna llena como aquella. Se encaminó con paso rápido, calculando que llegaría al bosque a las 23.30.Por el camino iba pensando en qué le diría cuando le viera. En muchas ocasiones estuvo tentada de seguirle para descubrir el misterio. Iba caminando cuando de repente, vio una sombra detrás de ella. No se movió, tenía mucho miedo. Suponía que era un atracador o alguien que quería hacerla daño. Estaba ya preparada para salir corriendo cuando de repente, oyó una voz familiar a su espalda.
-Eh, pero ¿a dónde te crees que vas sin mi, listilla? ¿Por qué no me has dicho nada de que ibas a venir aquí? Suerte que te conozco y sabía de tus intenciones…
-¡Airén! – exclamó radiante Miriam - ¿cómo has sabido que iba a venir? – La abrazó.
-Es lo que tiene conocerte desde hace 10 años – dijo acompañándolo de un guiño.
-Bien, bien, estoy orgullosa de ti, - rió – pero tengo prisa, acompáñame a buscar a Eduardo.
-El caso es que… no puedo, no debes ir allí.
-¿No? Y ¿por qué no? – preguntó.
-Emm, pues… es peligroso. – dijo Airén.
-Ya, lo sé. Pero debo encontrarle. Es la única manera. Es el único sitio al que se con seguridad que va a venir Eduardo. – argumentó Miriam.
-Lo sé, Miri. Pero hazme caso. No vayas.
-Pero ¿¡por qué!? – Miriam empezaba a perder la calma. – ya sé que es peligroso, pero no me importa, tengo que encontrarle, ¡me da igual los peligros que pueda haber!
-Te he dicho que no y es que no. Ahí dentro hay cosas que no desearas haber visto en tu vida. Si vas a ir será porque antes me has roto las piernas y los brazos y no pueda agarrarte y retenerte a mi lado. – en este momento Airén se abalanzó contra ella y la sujetó de las muñecas, retorciéndoselas detrás de su espalda.
 Miriam, al ver la situación forzosa que había entre las dos se zafó de las fuertes manos de su amiga haciendo un brusco movimiento, y de repente, recibió un golpe inesperado en la barbilla, que la dejó inconsciente.


CUARTO CAPITULO


DESCUBRIMIENTOS

Cuando despertó por la mañana, en su cama sintió que una venda  le cubría el sitio donde Airén la había pegado anoche. Estaba en su cama, a salvo de todo y de todos. Habló con su madre, la cual le contó que habían salido juntas Airén y ella la noche anterior y que unos chicos más mayores que ellas las habían amenazado, con navaja y todo, y que Airén haciendo gala de sus encantos y su sensualidad había conseguido engañarles y salir corriendo con Miriam. Por suerte, Airén no había recibido ningún golpe, pero Miriam había salido peor parada, con un puñetazo en la mandíbula. Esta asintió en silencio, pero sabía perfectamente, que su amiga había mentido a su madre, aunque no quiso desmentirlo.  Carlota, así se llamaba la madre de Miriam, le dijo que aquel día no fuera a clase, que debía recuperarse de la fuerte impresión y del golpe. Miriam asintió de nuevo, parecía apagada, pero en su cabeza bullían miles de pensamientos y actividades que hacer. Debía encontrar a Eduardo, enterarse de porqué Airén le había impedido de forma tan brusca ir al bosque, hacer las paces con ella, y volver a prepararse para ir al bosque al mes siguiente.
Cuando Carlota se fue a trabajar, Miriam se colocó frente al ordenador y lo encendió. Se metió al MSN y lanzó una maldición cuando vio que no tenía ninguna novedad. Nada sobre Eduardo, nada sobre Airén… Frustada, se echó para atrás en la silla. Alcanzó su mp3, se colocó los cascos, y ahí estaba. Every teardrop is a Waterfall, de Coldplay. Play.
Pensaba… pensaba… y pensaba… pero no daba con la solución. ¿Qué debía hacer? Necesitaba a Eduardo. Siempre que tenía un problema él estaba ahí para ayudarla. Las cosas no pueden haber salido peor, se decía a sí misma.
De repente, llamaron al timbre. Miriam se sobresaltó y bajó corriendo las escaleras.
-¿Quién? – preguntó.
-¡Cartero comercial! – anunció una voz de hombre.
Abrió la puerta y un pequeño hombrecillo le entregó una carta. Cerró y se dirigió a su cuarto. Sentada en la cama examinó el sobre. Era rojo, como la sangre, no tenía nada escrito por fuera. Solamente había un extraño símbolo que se asemejaba a un felino en una esquinita, dibujado a mano en color blanco.
-Qué extraño…- pensó.
Abrió impacientemente el sobre, pero sin rasgarlo, y extrajo de él un papel muy fino doblado cuatro veces. Lo desdobló y leyó.

``¿Tú no querías una vida mejor?¿Una vida sin reglas?¿ Vivir en un mundo en el que pudieras hacer lo que quisieras sin que nadie te juzgara? Una vida en la que no tomaran las decisiones por ti, sino que las tomaras tú, un mundo en el que fueras la reina… ’’
Debajo de estas palabras había escrita una dirección, y debajo, se repetía el símbolo del felino.
-¡Por todos los cielos! ¿Dónde he oído yo estas palabras antes? – pensaba deseperada. – Todo esto es rarísimo: mensajes en el móvil de un desconocido, la desaparición de Eduardo, la obsesión de Airén por que no vaya al bosque, ese sueño tan extraño… ¡un momento! ¡Esto fue lo que me dijo el espíritu en el sueño! Todo esto tiene que ver con Eduardo, segurísimo…
Se anotó la dirección en su mano, se vistió y metió en la bandolera todo lo que necesitaría: la carta, una linterna, agua… Estaba dispuesta a llegar al fondo del asunto. Acudiría a la dirección aquella para ver si conseguía alguna pista. Sí, será lo mejor, pensó convencida.
Salió de su casa y fue a la de Diana. Nada, nadie contestaba al timbre. Miriam no tuvo más remedio que entrar por la puerta de atrás a la casa. Con Diana ya lo había hecho unas cuantas veces, así que le fue fácil. Se coló en el cuarto de su amiga sigilosamente, por si había alguien en la casa que no hubiera oído el timbre. Se sentó en su cama y ojeó el reloj. Faltaba media hora para que Diana llegase del colegio. La esperaría sentada en su cama, como otras veces había hecho. De repente, vio su diario encima de la mesilla. Anoche había escrito algo… pues estaba abierto… Se preguntó si debía cogerlo. No le parecía nada honrado por su parte, ni de buena amiga y blablabla… pero tenía que enterarse de por qué Airén le había impedido ir al bosque. Así pues, olvidando sus deberes de buena amiga, alcanzó el diario y empezó a leerlo.
Querida Neira:
Hoy ha sucedido una catástrofe. Las tropas del Sur han caído. Todos los guerreros han sido vencidos y sometidos a esclavitud. Debemos hacer algo o los Yenouleses invadirán toda Barlandia. Aún quedan el Norte libre, pero debemos darnos prisa y hacer algo. No podemos esperar más, nos reuniremos en el bosque de detrás de la casa de Miriam esta noche. ¿Por qué ayer no viniste?
Firmado: Odraude
(¡¡Y de nuevo, en aquella página del diario de su amiga, el símbolo del tigre!!)
-Pero ¡¿qué es todo esto?! – chilló enfurecida. – ¡¡Todo el mundo tiene secretos para mi!!
Estaba montando un verdadero escándalo, lanzando maldiciones a diestro y siniestro.
Se calmó y decidió que debería poner orden a sus ideas. ¿Quiénes eran Neira y Odraude?¿Qué es Barlandia?¿Y los Yenouleses…? Colocó de nuevo el diario en su lugar por si llegaba su propietaria de un momento a otro.
-Maldición, ¡no entiendo nada!¿Y por qué Airén sabe de todo esto y yo no? – pensaba desconcertada.  En ese momento se abrió la puerta de la habitación y apareció su amiga. Pensó si debía pedirle cuentas acerca de aquel asunto o si por el contario debía hacer como que no pasaba nada. Se decantó por la segunda opción.
-¡Airén! – exclamó, intentando disimular su nerviosismo. – Te estaba esperando. Necesito que me acompañes a…
-¿Qué haces tú aquí? – la cortó.
-Te estaba esperando - repitió, con una repentina seriedad. – Necesito que me acompañes a esta dirección. Le mostró la dirección escrita en su mano, y, como si hubiera visto un fantasma, la cara de Airén palideció.
-¿De dónde has sacado eso? – tartamudeó.
Miriam sacó de su bandolera el sobre rojo y el papel de dentro y se lo mostró. Airén estuvo a punto de desmayarse pero no dijo nada, ni Miriam lo notó.
-Es esta extraña carta- dijo, tendiéndosela – me ha llegado esta mañana así tal cual, sin dirección, ni nada. Solo con este simbolito del tigre, que será una extraña firma o algo así.
Airén no dijo nada. Asintió en silencio y se sentó en su cama. Parecía tranquila, pero su cabeza iba a explotar. No entendía nada. Debía consultarlo con Odraude.

Miriam se despidió de Airén con un beso al aire y salió de su casa. Se encaminó a la famosa dirección. Le parecía que todo aquello había dejado a su amiga un poco trastornada… ¿o eran imaginaciones suyas? Probablemente la carta tuviera algo que ver con lo del diario… Sí, seguramente, pues llevaban la misma marca. A lo mejor los del tigre son alguna secta rara en la que Airén está metida – pensó. El sitio al que tenía que ir estaba un poco a las afueras de su barrio, pero no le importaba, pues no era muy grande. Se encontraba justo el otro lado del bosque, es decir, al otro lado de su casa. Llegó allí sobre las seis de la tarde. Era una pequeña casita solitaria ante la cual se extendía el bosque en el que ella había jugado de pequeña y que tan bien conocía. Se paró un momento a observarlo y no pudo evitar verse a ella con Eduardo, correteando por allí, persiguiéndose. Pero todo eso ya quedaba en el pasado, aparcado junto a otros recuerdos. Ya nunca volvería a jugar inocentemente con Eduardo al escondite, no. Nunca volvería a ser una niña. Probablemente, después de aquello su relación con Eduardo cambiara… quizás no se volverían a hablar nunca más… Agarró con fuerza su collar de árbol, que llevaba puesto desde el anterior día, cuando había salido a buscar infructuosamente a Eduardo. Llamó cuidadosamente a la puerta con un poco de miedo por lo que pudiera encontrarse allí dentro. Una voz masculina le indicó que pasara. Abrió y pronto se encontró en una estancia tenuemente iluminada. Las paredes y el suelo eran de madera, y se percató de que estaba pisando una alfombra con el símbolo del tigre. Un extraño personaje estaba sentado de espaldas en un sillón de cuero.